Editoriales

Cubiertas con clavos

Por GONZOTDF

Llegó el invierno. O sea, según el almanaque, todavía faltan exactamente 23 días para la tradicional noche más larga, hoy ya transformada en uno de los grandes eventos de la cultura fueguina, y anteriormente, el día en el que un rayo de sol dura, lo que un helado en mes de enero en Chaco. Pero hay un momento que verdaderamente marca la llegada de la estación más fría del año: la colocación de las cubiertas con clavos en los vehículos del fin del mundo.
Este ritual, inexistente para más de media República Argentina, es conocido por todos los fueguinos y evitado por algunos irresponsables del volante, a quienes verás dando trompos en aquella esquina o quedándola en esta subida. No seas como ellos y poné, como para empezar, mínimamente unas siliconadas de segunda mano compradas vía los clasificados del FB. Nadie quiere quedar expuesto, sobre todo, a que el seguro no te cubra un accidente por incumplir con la reglamentación vigente para la temporada invernal.
¿Alguien sabe que gomería está trabajando?”, un clásico de los clásicos de las redes sociales o grupos de WhatsApp cuando aparecen la primera escarcha fuerte del año.
Ya lo dice Coldplay. “Nadie dijo que iba a ser fácil”. Cambiar las cubiertas cuando cae la primera nevada, no es nada, pero nada fácil, amigo.
Ya se sabe que es “EL” momento de las gomerías. Todos queremos saber donde hay una no tan conocida. Una donde lleguemos y nos atiendan exclusiva y únicamente a nosotros. Spoiler alert: no existe tal sitio. Todas están llenas, colas de autos con balizas estacionados en doble fila, o trepados a una subida empinada, haciendo equilibro casi como un alpinista en la cima del monte Olivia. O la fila da la vuelta en la esquina y sigue una cuadra entera más por la calle de la vuelta.
La radio, el mate, el celular o quizás algún libro puedan matizar tan larga espera. No hay garantía. Siempre la demora es mayor que la calculada. Si hay 3 autos, se tarda como si hubiera 6. Si hay 6, calculale como unas 10 camionetas 4×4.
El muchacho que me atiende para cambiar las cubiertas debe tener aproximadamente unos 22 años, está con su overol orgullosamente cubierto de barro y una especie de grasa negra pegajosa. Me cuenta que hace dos días(durante el feriado del último miércoles) trabajaron hasta las 2 de la mañana sin parar. Que el jefe fue y compró empanadas, y que iban cenando mientras otro de los gomeros desarmaba y volvía a armar en serie las ruedas de los autos que pasaban uno tras otro. “No me da frío porque abajo del buzo tengo calzas y camiseta térmicas” me dijo el muchacho. “Yo tardo más porque recién empecé hace 3 semanas. ¿Sabes hace cuanto que cambian cubiertas estos dos? ¡Quince años! Se respondió mientras buscada los bulones de la rueda izquierda trasera(estaban abajo del gato hidráulico, por eso no los encontraba). “También tengo dos pares de guantes puestos, porque se te congelan los dedos, y si se mojan, adentro del taller tenemos una pila para ir cambiándolos”. Lo pienso y es verdad. Que trabajo ingrato y difícil cambiar ruedas con este frío.
Quería pasar por la gomería que te envuelve con nylon las cubiertas de verano, así las guardás y no manchan nada. Pero me contaron que este año yo no lo hacen. “No dan los números”, imagino que dice el encargado mientras toma un mate lavado y hervido.
Ya tengo mis super-neumáticos con clavos relucientes oficialmente inaugurados en esta temporada 2022 y me siento un poquito mejor ciudadano sureño. Ahora solo me resta andar tranquilo y tratar de que este sea el inicio de una larga relación entre este chofer y sus nuevas cubiertas.

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