Por GONZOTDF
Me imagino siendo turista en Ushuaia. No conozco nada de la ciudad. Nunca le tomé el pulso. Desconozco si hay barrios más peligrosos que otros o si se puede salir a caminar por el centro a cualquier hora porque no hay ningún peligro. No sé donde comprar droga ni cuál es el bar más barato de la ciudad. Pero me animo. Si alguna vez caminé por el barrio de Once a las 5 am es una confirmación de que coraje no me falta. Dejo que mi instinto peregrino me lleve por cualquier vereda. Quiero caminar cerca del canal Beagle. Estas costas tienen historia y seguro fueron lugar de algún festín de los yámanas al encontrar una ballena muerta.
Llego a una rotonda que está cerca de la cancha de futbol con césped sintético que tiene la ciudad. Después me comentan que se llama “rotonda del Cadic” Desde allí encaro el camino que bordea las costas de Ushuaia. Me sorprende que el alumbrado público este totalmente apagado. Veo que el resto, las casas, los hoteles, las parrillas con corderitos en la vidriera, todos tienen luz. ¿Qué pasa con las luces de la calle? Camino y me asusta un muchacho joven que pasa corriendo a toda velocidad por atrás mío. Se ve que este es un circuito de entrenamiento de los adeptos al running. Se pierde de mi vista a unos pocos metros como devorado por la noche. Hay un camino de tierra que divide dos espejos de agua: uno vacío, parece muerto, con agua muerta, y otro en el que puedo divisar la sombra de unos barcos pequeños. Debe ser un club náutico. Más tarde, cuando llegue cansado de la caminata nocturna, el encargado del hotel me contará que esa es la pasarela que conectaba al centro con el antiguo aeropuerto.
Casi llegando al iluminado cartel con las letras que forman la palabra USHUAIA en varios colores(antes de la letra U están representadas las queridas Islas Malvinas) googleo en mi teléfono “corte de luz-calle-ushuaia” El buscador me devuelve varios resultados. Me detengo a leer los que me parecen más confiables, sabiendo que esto es totalmente relativo.
Al parecer hay reclamos salariales y falta que le entreguen la ropa de trabajo para cumplir con las medidas de seguridad pertinentes a la gente empleada por la Dirección Provincial de Energía local. Supongo que en todo el país es lo mismo. La particularidad radica aquí, en que las montañas te rodean y da la sensación de que no podés escapar. Está nublado y la luna no se ve, no ilumina las calles ni el mar como leí en tantos blogs de turismo.
Caminé varios kilómetros siguiendo con el mar a mi costado y luego subiendo para el lado de la montaña. Las calles están mitad visibles y mitad como un agujero negro, en cuyo interior parece que hace más frío que en el resto de la galaxia.
Debo haber caminado más de una hora sin rumbo definido. Estoy perdido y diviso un taxi. Le digo la dirección de donde me espera un libro y posiblemente un café calentito.
En el trayecto cruzamos más sectores sin luz. Le pregunto al chofer, un señor mayor de unos 65 años, que es pintor amateur y exhibe sus pequeñas obras en el asiento de adelante, que pasa con luz:
-Y están reclamando más guita- dice mientras come una pastilla lentamente- yo no sé cómo no hubo una desgracia, con la gente que cruza, con los que andan en bici. Es un milagro.
Llego a mi destino y paso derecho a la habitación. Me gana el cansancio en la segunda página de mi lectura. Apago la luz y me siento otra vez, en pleno centro de Ushuaia, escuchando el ida y vuelta del agua helada del mar argentino.