En noviembre pasado se cumplieron 10 años desde la última vez que un Intendente de Ushuaia utilizó uno de los institutos de la Carta Orgánica Municipal que más participación garantiza en la ciudadanía.
Hablamos de la consulta popular. Un instrumento que hasta el momento se empleó sólo en tres oportunidades en la historia de la ciudad.
El mentado mecanismo de democracia semi indirecta está previsto en la Constitución Nacional y contemplado desde el 2002 en la Constitución local.
Pero retrocedamos un poco y vayamos a recordar ese jueves 12 de noviembre de 2010, día de la realización de la III Consulta Popular. El evento se realizó en el gimnasio José “Cochocho” Vargas y hubo una participación de 2600 votantes. En ese entonces, la ciudad se dividía entre destinar o no fondos públicos para la ampliación y construcción de dos nuevos carriles de la Avenida Perito Moreno.
Uno de los tantos ushuaienses que sufragó en esa consulta popular organizada por la administración Sciurano fue un joven militante de la agrupación peronista Compromiso K. Tras emitir su voto en las urnas electrónicas, el dirigente de 28 años dijo convencido de la herramienta: “Ojalá se pueda seguir ejercitando la participación y que esto se convierta en una saludable costumbre”.
Contento con su participación, en ese momento tan importante para la democracia ushuaiense, el joven expresó un anheló al micrófono y pidió para que las “autoridades siempre consideren valioso contar con apoyo popular para tomar determinadas decisiones”.
Pasaron los años, la ciudad creció y el dirigente en cuestión maduró. No sabemos porqué pero ese militante que aplaudió a rabiar el uso del mecanismo de la Consulta Popular ya no piensa lo mismo sobre la participación popular en las decisiones públicas.
¿Y por qué decimos esto? Porque hace 5 años conduce los destinos de la Municipalidad de Ushuaia y ni siquiera amagó con darle uso al menos en las decisiones polémicas en temas que son de interés común.
Los motivos para no tener en cuenta esta herramienta pueden ser varios. Tal vez, el más importante a considerar hoy será ese 54% de respaldo electoral que seguramente lo pueda llevar a pensar que tiene la suficiente fortaleza política para no considerar propuestas que surjan por fuera de su círculo íntimo de confianza.
La ampliación del ejido urbano, avanzar o no en el traspaso de la DPOSS a la Municipalidad, la creación de la empresa Ushuaia Integral Sociedad del Estado, las obras en la Laguna del Diablo o la denominación del flamante edificio de la Secretaría de la Mujer, son algunos de los temas que con una consulta popular podrían haberse dirimido entre tanta controversia pública
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Vayamos al último de los ejemplos. El año pasado, la concejala del oficialismo Laura Ávila anticipó que era decisión del intendente Walter Vuoto darle el nombre de Cristina Kirchner al nuevo edificio de la Secretaria de la Mujer. La versión oficial generó la reacción de unas 15 mil personas que rechazaron la propuesta considerando que era necesario que el nombre del emblemático edificio debía surgir de la comunidad fueguina o en su defecto de Ushuaia. Fue así que lanzaron una campaña de recolección de firmas para solicitar que el asunto sea considerado en una consulta popular.
Los vecinos y vecinas redoblaron la apuesta y propusieron a una serie de 20 nombres de mujeres destacadas en distintos aspectos de la vida social, política y económica de Ushuaia para que la comunidad vote por sus candidatas para que luego los nombre más elegidos sean sometidos a un sorteo que podría llevar adelante el Concejo Deliberante y el Ejecutivo Municipal.
En épocas de pandemia, la elección podría haberse ejecutado imitando el mismo mecanismo de elección digital que se empleó para seleccionar al embajador y embajadora de Ushuaia.
Otra vez como en tantos otros casos, la participación vecinal quedó vedada. Lo último que sabe sobre el tema es que ese dirigente que dé joven ponderó las herramientas de participación, ahora cambió de opinión. Ya no cree necesario que el pueblo deba participar de las decisiones importantes para el desarrollo de la vida social. El dirigente no ve la hora de colgar ese cartel que lleva el nombre de su jefa política para que eso le sume algún rédito político.